miércoles, 1 de febrero de 2017

Nuestro Círculo N° 756: Unamuno y El Ajedrez - Conclusión

Buenos Aires, miércoles 1º de febrero de 2017
                 
              Hoy te entregamos Nuestro Círculo Nº 756
                                 
Cordialmente
Arqto. Roberto Pagura
arquitectopagura@gmail.com

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Nuestro Círculo


 Año 16  Nº 756                                                 Semanario de Ajedrez                                        11 de febrero de  2017



UNAMUNO Y EL AJEDREZ
Conclusión


Unamuno aporta, a la vez, otros elementos esclarecedores a la hora de la reflexión: si la vida es juego o distracción; la necesidad de jugar bien ese juego; la posibilidad de discernir en cada momento qué es exactamente jugar bien o jugar mal. Para coronar el análisis con esa hermosa  idea: la de que pudiera existir algo así como un ajedrez divino.
Lo dicho: Augusto estaba enamorado, y esa era una suerte de partida que habría de irremediablemente perder. Por ello sus progresos en el encuentro de ajedrez real con su confidente no serían lo suficientemente brillantes; y terminaría por consumarse su derrota en el tablero (parábola de la otra que se acarrearía en la vida real al frustrársele su intento amoroso).

En esas condiciones se dirá: “—Pues allá va: ¿sabes lo que me pasa? —Que cada vez estás más distraído. —Pues me pasa que me he enamorado. —Bah, eso ya lo sabía yo. —¿Cómo que lo sabías...? —Naturalmente, tú estás enamorado ´ab origine´, desde que naciste; tienes un

amorío innato. —Sí, el amor nace con nosotros cuando nacemos.

—No he dicho amor, sino amorío. Y ya sabía yo, sin que tuvieras que decírmelo, que estabas enamorado o más bien enamoriscado. Lo sabía mejor que tú mismo. —Pero ¿de quién? Dime, ¿de quién? (…) —¿Eugenia? —Sí, Eugenia Domingo del Arco, avenida de la Alameda. .—¿La profesora de piano? —La misma. Pero... —Sí, la conozco. Y ahora... ¡Jaque otra vez! —Pero... —¡Jaque he dicho! —Bueno...Y Augusto cubrió el rey con un caballo. Y acabó perdiendo el juego…”.

Tiempo después nuestros personajes planearían jugar de nuevo. Pero las cosas habían cambiado radicalmente, las distracciones parecían haber pasado de bando, como se trasluce en la evolución del relato: “Notó Augusto que algo insólito le ocurría a su amigo Víctor; no acertaba ninguna jugada, estaba displicente y silencioso. Víctor, algo te pasa...—Sí, hombre, sí; me pasa una cosa grave. Y como necesito desahogo, vamos fuera; la noche está muy hermosa; te lo contaré. Víctor, aunque el más íntimo amigo de Augusto, le llevaba cinco o seis años de edad y hacía más de doce que estaba casado, pues contrajo matrimonio siendo muy joven, por deber de conciencia, según decían. No tenía hijos. Cuando estuvieron en la calle, Víctor comenzó: Ya sabes, Augusto, que me tuve que casar muy joven...”.
Ya sin un tablero de por medio, en el contexto de esa caminata, Víctor le confesó a su amigo

detalles de los problemas de un matrimonio que nunca había sido querido. En esas condiciones, ya
no tendría ganas, evidentemente, de poner su energía en la necesidad de concentrarse en el ajedrez. Ambos, por lo visto, no sólo eran compañeros de juego: también compartían las desventuras amorosas.
En el cuento Don Catalino, hombre sabio, publicado originalmente en La Esfera de Madrid el 24 de julio de 1915, toma Unamuno asimismo el ajedrez como parte de ese delicioso relato.
Catalino era todo un sabio y, por ello, bajo cierta perspectiva, un verdadero tonto, ya que no era otra cosa que un niño grande. No podía divertirse. Creía, por ejemplo, en la superioridad de la filosofía sobre la poesía; y de la ciencia sobre el arte. ¡Vaya infantilismo! También confiaba en la organización, en la disciplina y en la técnica.

Don Catalino se lamentará de la ligereza y exceso de imaginación del pueblo español. Con todo, o quizás por todo ello, era feliz. En la mirada del narrador, era un auténtico desastre. Para terminar de confirmarlo, se agrega otro detalle de su perfil: “Inútil decir que don Catalino estima que el juego del ajedrez es el más noble de los juegos, porque desarrolla altas funciones intelectuales”. Con lo que Unamuno reincide en su crítica hacia el ajedrez, evidenciada
en esta oportunidad sarcásticamente.
De 1920 es Nada menos que todo un hombre en la que, algo incidentalmente, se referirá al ajedrez: “El conde solía ir a hacerle la partida de ajedrez a Julia, aficionada a ese juego…”; “…el pobre conde iba a casa de la hermosa Julia a hacerle la partida de ajedrez y a consolarse de su desgracia buscando la ajena”, y, aludiendo a un tercero,  hará la mención “¡Y él, el condesito ese del ajedrez, un nadie, nada más que un nadie!”.

En Andanzas y visiones españolas, que es de 1922,  expondrá lo siguiente: “En esta encantada isla de Mallorca, en su paz y su quietud humanas y corteses, creí encontrar ese aireado vacío de tinieblas para las raíces belicosas de mi espíritu, pero éstas han seguido hundiéndose hasta encontrar nuevo suelo en que luchar con la roca y para sacarle jugo. Lucano me ayuda a ello. Voy después de comer a un casino, de gente muy cortés y muy apacible, donde no he oído hablar de la guerra, y hago allí lo que hace años dejé de hacer, y es jugar al ajedrez. Y por cierto mi adversario y compañero de juego, el Sr. Nadal, es un jugador belicoso, siempre a la ofensiva, pero en el ajedrez. ¿Es el juego acaso el que me vuelve a mis preocupaciones de guerra?”.
En 1928 aparece su libro de poemas Romancero en el desierto en el que se incluirán estos versos:



“En el Escorial te aguarda
tu linaje - triste de él! -
y en el abismo tu sello
guarda Palos de Moguer,
No hay más cosa que el camino
sé caminante; el cordel
sigue de tu suerte, mira
la caja del ajedrez.
Mira en la caja tu prenda,
¡jaque mate! y a volver
al juego; sombra de un sueño
es la vida; ya lo ves…
Sueño de una sombra el hombre
y sueño de un hombre el rey,
huérfano de nacimiento,
la humanidad se te fue”.

Quizás a guisa de reconciliación con un juego que tanto había otrora amado, Unamuno le dedicará, hacia el final de su vida una novela corta en la que el juego toma un crucial protagonismo. Se trata de La novela de Don Sandalio jugador de ajedrez, trabajo que es de 1930.


La historia se centra en un personaje anónimo que se retira a vivir a un pueblo en el que nadie le conoce. Se trata de un antropófobo, como él mismo se caracterizaba ya que, más que odio, le guardaba temor a la Humanidad. Le preocupaba ver en todo momento (en realidad oír) la tontería ajena, lo que le era absolutamente intolerable.
Por eso se aisló y, en un momento en que se evidenció cansado de haber dejado de tener contacto con el género humano, decide volver  al ruedo, yendo al casino, frecuentado por jugadores de cartas y de ajedrez. Le seducía que, en esos casos, al menos no ejercían la palabra en forma tan habitual como sucedía con situaciones protagonizadas en otras circunstancias por el resto de los mortales.
Así conoce al que describe como un “pobre señor”, un tal Sandalio quien tenía como oficio al ajedrez el cual, para más datos: “No viene al Casino más que a jugar al ajedrez, y lo juega, sin pronunciar apenas palabra, con una avidez de enfermo. Fuera del ajedrez parece no haber mundo para él. Los demás socios le respetan, o acaso le ignoran, si bien, según he creído notar, con un cierto dejo de lástima. Acaso se le tiene por un maniático… ¡Le veo tan aislado en medio a los demás, tan metido en sí mismo! O mejor en su juego, que parece
ser para él como una función sagrada, una especie de acto religioso…”.

El narrador, seducido por ese extraño personaje, decide perseguirlo. Y, al hacerlo, imagina, en su obsesión compartida con el otro por el ajedrez, una situación desopilante: “Al salir del Casino le he seguido cuando iba hacia su casa, a observar si al cruzar el patio, como ajedrezado, de la Plaza Mayor, daba algún paso en salto de caballo…”.  
Se ve tan atraído por el extraño Sandalio que, contrariando su anterior prédica, se propone generar un vínculo con él, para lo que se valió de encuentros periódicos en el Casino donde jugaban al ajedrez.
Pero Sandalio parecía que bien poco lo registraba (¿se habían invertido los roles?) ya que, así parecía, en su caso veía más pruebas del alma en los trebejos que en las personas (¿acaso se equivoca?). Así se lo registrará: “…Era como si yo no existiese en realidad, y como persona distinta de él, para él mismo. Pero él sí que existía para mí…Apenas si se dignó mirarme; miraba al tablero. Para Don Sandalio, los peones, alfiles, caballos, torres, reinas y reyes del ajedrez tienen más alma que las personas que los manejan. Y acaso tenga razón”.
Al silente Sandalio, del que nada se decía, y que nada tampoco decía, no le iban a dejar de ocurrir cosas en la vida. Por ejemplo, que muera su hijo. Por ejemplo, que termine en la cárcel. Por ejemplo, que muera en ella.
Muchos personajes solitarios se perciben en este relato: el propio Sandalio (cuyos apellidos, contradictoriamente, eran los de Cuadrado y Redondo), desde ya; aunque también lo propio podría decirse del narrador.  Es que: “…todo solitario…es un preso, es un encarcelado, aunque ande libre”.

¿Unamuno nos estará sugiriendo de algún modo la idea de que los ajedrecistas, solitarios en sus partidas, y encerrados inevitablemente en sí mismos en la busca del mejor juego, de alguna manera andan por la vida real presos, a la espera del sosiego y la recuperación de los márgenes de libertad que se les dará sólo cuando les vuelva a tocar la posibilidad de desempeñarse dentro del mundo escaqueado?
Cuando se entera que su admirado Sandalio había muerto en prisión, el narrador se lamentará: “Ya no le oiría callar mientras jugaba, ya no oiría su silencio.  Silencio realzado por aquella única palabra que pronunciaba, litúrgicamente, alguna vez, y era: ´¡jaque!´ Y no pocas veces hasta la callaba, pues si se veía el jaque, ¿para qué anunciarlo de palabra?”.
La muerte de Sandalio inspirará al narrador profundas reflexiones metafísicas: “¿Es posible que Don Sandalio, mi Don Sandalio, hiciese algo merecedor de que se le encarcelase? ¡Un ajedrecista silencioso! El ajedrez tomado así como lo tomaba mi Don Sandalio, con religiosidad, le pone a uno más allá del bien y del mal”//“Le habría llevado a la cárcel alguno de esos problemas que nos ofrece el juego de la vida? Pues que ha muerto, claro es que vivió. Más llego a las veces a dudar de que se haya muerto. Un Don Sandalio así no puede morirse, no puede hacer tan mala jugada. Hasta eso de hacer como que se muere en la cárcel me parece un truco. Ha querido encarcelar a la muerte. ¿Resucitará?”.
Sandalio era un personaje único para su privilegiado interlocutor. La admiración lo llevaba a poder disociar al Sandalio ajedrecista del Sandalio “cualquier otra cosa”. Y, al hacerlo, se lo apropiaba plenamente: “Y si Don Sandalio me atrajo allí fue porque le sentí soñar, soñaba el ajedrez, mientras que los otros…Los otros son sombras de sueños míos”//“…Don Sandalio, ¿lo entiende usted?, al mío, al que jugaba conmigo silenciosamente al ajedrez, y no al de usted, no a su suegro. Podrán interesarme los ajedrecistas silenciosos, pero los suegros no me interesan nada. Por lo que le ruego que no insista en colocarme la historia de su Don Sandalio, que la del mío me la sé yo mejor que usted”.
Por último Unamuno, casi al concluir este trabajo, que es presentado bajo el formato de epístolas que remite el personaje que oficia de narrador (el innominado admirador de Sandalio) a un amigo suyo, repara en que las figuras femeninas solo fueron mencionadas muy de soslayo.
Al hacerlo interpreta que, para Don Sandalio, sólo del otro sexo le podía interesar la pieza de la reina del ajedrez la cual: “…marcha derecha, como una torre, de blanco en negro y de negro en blanco y a la vez de sesgo como un obispo loco y elefantino, de blanco en blanco o de negro en negro; esa reina que domina el tablero, pero a cuya dignidad de imperio puede llegar, cambiando de sexo, un triste peón. Ésta creo que fue la única reina de sus pensamientos”. 
Unamuno, quedó visto, es un pensador español que mutó desde su pasión por el ajedrez a asumir una postura muy crítica hacia el juego desde la que acuñó expresiones nada complacientes, por cierto.
Muestra de una evolución o, tal vez, la de una bipolar impresión, en la que alternativamente imperó el amor y el odio, sobre una actividad que, de joven, tanto le había conmovido.
Aún en sus duros cuestionamientos, esgrimidos en una etapa vital más madura, creemos advertir que nunca dejó de amar al ajedrez el que, está del todo claro, nunca le resultó indiferente. Ajedrez al que le dedicó primeramente prácticas y estudios, en tanto pasatiempo. Ajedrez al que volvería, una y otra vez, ulteriormente, en sus escritos reflexivos y en su obra integral de ficción.
Que prácticamente Unamuno culmine su fastuoso trabajo literario con una novela en que presenta a un jugador de ajedrez como protagonista, al entrañable Sandalio, no deja de ser una prueba cabal de que, en el pensador español, esa supuesta bipolaridad por el ajedrez en rigor puede ser reinterpretada como una unipolaridad: la de un ajedrez que lo atrapó una vez, allá lejos, y que nunca lo abandonaría. Ajedrez que lo acompaño primero en su práctica y, luego, y por siempre, en el campo de sus reflexiones y en el contexto de su obra literaria
Práctica de ajedrez que, para evitar que lo distrajera de otros objetivos que se propuso en la vida, unos que resultarán indudablemente superiores, debió de alguna manera alejarse, cosa que sólo se permitió a partir de sus fuertes diatribas hacia el juego.
Ajedrez que, de no haber tomado esas debidas distancias, no le hubiera probablemente dejado dedicar la fuerza de su poderoso intelecto a generar una trascendente obra que constituye un invalorable legado para la Hispanidad. Y para el mundo como un todo.



Nota de Sergio Negri

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