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Por Néstor Quadri
Era un programador científico brillante y desde muy joven su vida sólo había tenido como objetivo odiar y tratar de destruir al juego de ajedrez. Ese sentimiento estaba en su inconciente desde su niñez, donde su padre, que era un jugador mediocre le instaba compulsivamente a jugar, porque quería que su hijo sea el campeón que no pudo ser él. Le había enseñado a jugar explicándole algunas variantes básicas y lo anotaba y acompañaba a todo torneo que se organizara cerca de donde vivían.
El no sentía ninguna pasión por ese juego y por supuesto perdió numerosas partidas, recibiendo los permanentes reproches de su padre, hasta que llegó un momento que se negó terminantemente a participar, ante la desesperación y recriminación de su progenitor. Todas estas circunstancias, le hicieron aborrecer con toda su alma y de por vida al juego de ajedrez.
Destruir ese juego era además su ansiedad secreta, tarea al que había dedicado gran parte de su vida solitaria y enfermiza, que había transcurrido a través de los años, ceñida exclusivamente a la programación frente a una computadora.
Desde su juventud trabajó como programador en IBM, y participó activamente en la construcción del sistema operativo Deep Blue, que jugaba al ajedrez aplicando la potencia bruta de un superordenador de procesamiento masivo, capaz de calcular doscientos millones de posiciones por segundo.
Este sistema le había dado muchas satisfacciones a él y a sus creadores, porque logró derrotar nada menos que al hasta ese entonces mejor jugador humano de todos los tiempos Garri Kasparov, aunque habían empleado furtivamente las malas artes de ayudarla en algunas jugadas claves por expertos ajedrecistas.
Sin embargo, para su desdicha, esa derrota no afectó para nada la reputación del juego de ajedrez en el mundo y sólo logró apaciguar un poco la inmensa soberbia de superioridad que siempre lleva implícita el subconsciente humano. La computadora tal cual es su función, siguió constituyendo de por sí, una herramienta útil de ayuda permanentemente a los jugadores, para entrenamiento, capacitación y mejoras en variantes o planteos estratégicos.
De esa manera, ese juego divino no fue afectado para nada por el desarrollo de las computadoras, en la medida que se siguió jugando lealmente entre humanos, frente a frente, cara a cara, permitiéndoles disfrutar a los contrincantes el placer de la noble competencia, rodeada del arte y la creación estética.
Este hecho exacerbó mucho al programador y lo llevó a pergeñar la idea de construir un programa que jugase tan perfectamente al ajedrez, que le permitiera determinar si la pequeña ventaja de las blancas en la salida era suficiente para ganar. Si ello fuese cierto, ese desequilibrio de fuerzas sería una forma inexorable de destrozar la esencia de equidad de ese juego.
De esa manera, en sus horas libres en forma secreta, solo, siempre solo, rumiando en silencio el amargo pasto de sus ideas, se dedicó a elaborar un programa especial. A diferencia de Deep Blue, contaría con una vasta cantidad de información y con un motor de inteligencia artificial capaz de decidir por sí misma, la respuesta más acertada a cada planteo del programa y sin ayuda humana alguna.
Al fin de tanto empeño, estaba a punto de culminar su programa de ajedrez, que sin lugar a dudas sería el más perfecto y avanzado del mundo, al que iba a hacerlo jugar consigo mismo a fin de conocer los resultados.
Según la opinión general de todos los grandes maestros de ajedrez cuyos libros había consultado, la pequeña ventaja de la apertura no era suficiente para ganar, porque estaban seguros que jugando correctamente las negras, todas las variantes terminarían irremediablemente en tablas.
Pero él dudaba de esas aseveraciones y esperaba que la precisión infalible de ese programa le develara el misterio. Si llegaba a descubrir que era posible realmente transformar en victoria en todos los casos con la mínima ventaja de la salida, el destino del ajedrez estaría irremediablemente acabado. Tenía en su alma esa esperanza, que por otra parte, en caso de verificarse, lo haría el más famoso y reconocido programador de ajedrez del planeta.
Cuando comenzó a realizar los últimos ajustes del programa a fin de empezar el experimento, la incertidumbre lo envolvió por completo durante esos días de tensión nerviosa frente al monitor de la computadora. Sufrió un estado de excitación, como jamás le había sucedido y cuando se despertaba luego del intenso y fanático trabajo, no sabia si había tenido un dormir o un despertar verdadero.
Finalmente cuando concluyó el trabajo, una emoción intensa lo invadió y tuvo que esperar algunos minutos para tratar de lograr serenarse, antes de poner en marcha el programa en la computadora. Cuando recobró el aplomo, la ajustó para jugar contra si misma y después pulsó enter para poner en marcha la partida, dejando que ella misma elija al azar alguna de las veinte posibles variante de salida de las blancas.
La espera se tornó en una verdadera agonía. Duraron muchos minutos que le parecieron una eternidad, mientras la ansiedad lo carcomía observando el lento desarrollo de la partida en el monitor. Perseguía en su memoria la luz del discernimiento de cada jugada y la hacía subir a la superficie, pero luego era apagada por la tensión que sufría, justo en el momento que se iba a convertir en comprensión. Sólo temblor y palpitación representaban para él cada respuesta del programa, mientras el corazón le latía fuertemente.
De vez en cuando se le nublaban los ojos y no sabía si éstos lo engañaban o si se había obscurecido el monitor. De esa forma, los nervios lo fueron consumiendo más y más, hasta que finalmente estalló su corazón.
Como no tenían noticias de él y no contestaba las llamadas, los familiares comenzaron a impacientarse y finalmente después de unos días, al violentar la cerradura de la puerta de su casa, encontraron tendido su cuerpo sobre la mesa de la computadora. En tanto, en el monitor todavía encendido observaron sin comprender nada, a dos solitarios reyes, que con el tiempo ya consumido, permanecían estoicamente estáticos y que parecían saludarlos con solemnidad, desde la trama blanca y negra de ese juego sublime e inmortal.
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