miércoles, 16 de octubre de 2013

La Fiebre del Ajedrez (1925)

Shakhmatnaya goryachka, 1925La celebración del Torneo Internacional de Moscú de ajedrez en 1925 fue concebido como una manera de mostrar al mundo esa nueva Rusia, la Unión de las Repúblicas Soviéticas de Rusia, que había nacido en la revolución de octubre de 1917. El Torneo supuso un evento de repercusión mundial al que fueron invitadas las grandes figuras del ajedrez de la época, todo un acontecimiento social en un país donde el ajedrez era tan popular que, citando a Alekhine del foro Cine Clásico, “las mujeres en Georgia incluían o debían incluir entre su dote un tablero con las consabidas piezas de ajedrez”. Los Grandes Maestros del ajedrez gozaban de una popularidad semejante a la de un actor de cine o una estrella del rock actual. Al Torneo de 1925 asistió como invitado de lujo el Gran Maestro José Raúl Capablanca, sin duda una de las figuras más importantes de la historia del ajedrez, y junto a él estrellas de todo el mundo: el británico Frederik Yates, el checo Richard Reti, el estadounidense Frank J. Marshall, el mexicano Carlos Torre, el austríaco Rudolph Spielman o el ruso Efim Bogoljubow, que fue el ganador. En conjunto el Torneo supuso el triunfo de la Escuela Rusa de ajedrez, todo un éxito para el nuevo régimen bolchevique y su aparato de propaganda.

Dentro de esta campaña de propaganda participó, cómo no, un medio tan popular como el cine. Aprovechando la visita de los famosos y aclamados jugadores extranjeros y la fuerza de los jugadores soviéticos, se realizó un cortometraje de diecinueve minutos de duración que serviría como espejo de la importancia del evento. La fiebre del ajedrez (Shakhmatnaya goryachka, 1925) hoy está considerado todo un clásico del cine cómico mudo, todo un modelo de diversión enloquecida, realización trepidante y montaje prodigioso que, dentro de su sencillez, sublima cualquier asomo de propaganda política y supone una desternillante pieza de humor en estado puro. De su realización se encargaron Vsevolod I. Pudovkin y Nikolai Shpikovsky. Esta fue la primera película de ficción de Pudovkin, uno de los grandes directores del cine soviético, del cual viendo esta locura uno no adivinaría los fabulosos dramas sociales que poco después le harían entrar en la historia del cine a lo grande. Él fue también el responsable del fantástico montaje, tarea que había aprendido trabajando en el taller de Lev Kuleshov, encargándose Shpikovsky de la escritura del guion. En pequeños papeles también aparecerían otros gigantes de la cinematografía rusa: Boris Barnet, Yakov Protazanov y Fyodor Otsep. Estos dos últimos venían de dirigir y escribir, respectivamente, el clásico de la ciencia ficción soviética de vanguardia Aelita (1924).

La fiebre del ajedrez comienza con un primer plano del cubano José Raúl Capablanca, Campeón del Mundo de Ajedrez entonces y la gran estrella del Torneo. A continuación, los jugadores enfrentados ante los tableros rodeados por la multitud que se apiña por verlos jugar. Niños, jóvenes y viejos de ambos sexos apasionados y enloquecidos al poder contemplar a sus héroes en acción. Tras esta introducción que nos muestra a muchos de los participantes en el Torneo y la reacción del enfebrecido público ante ellos, da comienzo la breve película. Y ya su primera escena es todo un lujo y una maravilla de ese humor estrictamente visual que hizo del género uno de los más importantes de la etapa muda del cine. Vemos un tablero en el que se distribuyen diversas piezas. La disposición de la cámara en leve picado sobre la mesa nos permite solo ver parte de esta, una pierna de uno de los jugadores y su mano moviendo una pieza. Nos llama la atención que bajo la pernera del pantalón asoman unos calcetines a cuadros blancos y negros asemejando un tablero de ajedrez. Cambio de plano y vemos de forma semejante la pierna y la mano de su contrincante. Pero cual será nuestra sorpresa al ver que cuando se abre el plano ambos jugadores son el mismo, el héroe de nuestra historia (interpretado por Vladimir Fogel), que juega contra sí mismo desplazándose alternativamente de una parte a otra del tablero. Su concentrada actitud y su pasión que lo hace jugar contra sí mismo si no tiene otro oponente ya nos da una idea del carácter de nuestro hombre. Pero la locura no ha hecho sino comenzar.
Fuente: ElAntepenultimoMoicano.com 

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