Un reciente artículo de ABC ha puesto sobre la mesa el debate sobre la posibilidad de educar a los hijos en casa. Leopoldo María Panero (que tampoco es la mejor fuente posible) decía que «el colegio es una institución penal en la que se enseña a olvidar la infancia». Las tres hermanas Polgarvivieron (en primera persona, claro) un experimento que a su juicio y a los ojos de la mayoría salió bien, aunque no faltan voces críticas. Antes de contar su caso (ya aviso que el texto de hoy es largo) cabe preguntarse si lo que hicieron sus padres estuvo bien, por más suerte que tuvieran con las niñas.
Sofía, Susan (entonces Zsuzsa) y Judit aprendieron en casa lo que no está escrito. Todas las fotos proceden de los blogs de Susan y Judit
El experimento Polgar es de sobra conocido. Laszlo y Klara Polgar, ambos pedagogos, decidieron no llevar a sus tres hijas al colegio, en Budapest. La idea era demostrar, a través del ajedrez (pudo haber sido el violín), que el genio no hace sino que se hace. Además de enseñarles varios idiomas, incluido el esperanto, las chicas se convirtieron en máquinas de moler a sus rivales sobre los tableros. Sus resultados no pueden ser más espectaculares.
Hace años pude contactar con las tres hermanas (con Judit he podido hablar un par de veces en persona), pero por unas causas o por otras (el ajedrez no siempre ha estado bien visto en los diarios) el reportaje nunca vio la luz. Este blog me permite corregir en parte aquella frustración.
Judit Polgar (1976) es la mejor ajedrecista de todos los tiempos y la única que ha estado entre los diez mejores del mundo en la lista masculina. No juega competiciones femeninas, que siempre se le han quedado pequeñas. La maternidad le supuso varios parones en su carrera, pero a los 35 años sigue siendo uno de los mejores grandes maestros del planeta, con un inconfundible estilo agresivo. En su día, fue la más joven en conseguir el título, a los 15 años, superando a Bobby Fischer.
Judit (aquí su página oficial) siempre ha sido consciente de que forma «parte de la historia», junto a sus hermanas, aunque no siente «ningún peso sobre los hombros». Sin falsas modestias, también cree que su caso «demuestra que el genio no nace, sino que se hace», la tesis principal de sus padres, aunque no se considera un genio. Habla húngaro, inglés, ruso y un poco de español. No sabe cuándo exactamente, pero «muy pronto» se dio cuenta de que no era niña normal.
Enemiga declarada de que existan competiciones masculinas y femeninas por separado, reconoce que alguna vez se sintió maltratada por jugar entre hombres. «Ahora no me ocurre en absoluto, pero en el pasado alguna vez escuché comentarios muy irritantes». Como fue la más precoz de las tres, quizá el efecto sorpresa la ayudó en alguna ocasión: «Puede que al principio funcionara, pero por otro lado, nosotras tenemos que probar que somos buenas muchas más veces antes de que la gente se dé cuenta. Si hubiera sido un chico, habría sido una ventaja en este sentido».
Susan Polgar (1969), la mayor de las tres hermanas, vive en los Estados Unidos, donde escribe el que probablemente sea el mejor blog de ajedrezdel mundo y participa de forma activa en la promoción de su juego favorito entre los niños. En el interesantísimo libro «Breaking Through» cuenta el desarrollo de su carrera, desde que aprendió a jugar a los cuatro años. En un caso de discriminación sin precedentes, se ganó el derecho a participar en el ciclo masculino por el campeonato del mundo y la federación húngara se lo impidió. Aquello obligó a la FIDE a cambiar sus normas, que no habían previsto algo así.
Susan (esta es su página oficial) se vengó de una manera bastante eficaz: tiene cinco medallas de oro olímpicas y ha sido campeona del mundo en cuatro modalidades distintas (nadie más lo ha conseguido): sub-16, clásica, rápida y relámpago. Fue también, entre otros récords, la primera mujer en ganarse el título de gran maestro masculino por merecimientos propios (otras lo consiguieron antes de forma automática al proclamarse campeonas del mundo).
Al ser la mayor, Susan fue la más consciente de vivir bajo un régimen dictatorial, que siempre puso muchas pegas a la forma de vida de los Polgar, pese a la propaganda que en un momento dado podían suponer sus triunfos. Han sido muchos desagravios, que la FIDE no siempre ha reparado (incluso en alguna ocasión los alimentó, cuando decidió subir la puntuación ELO de todas las otras jugadoras para compensar la escandalosa ventaja que tenían las Polgar).
En la Olimpiada de Tesalónica de 1988 las tres hermanas protagonizaron otro hecho insólito. Pese a su dominio evidente, no les resultó fácil que el Gobierno húngaro las aceptara a las tres en el equipo. Al final acompañaron a Ildiko Madl, para una media de edad de 16 años, baja incluso para un equipo juvenil (Judit tenía 12). Con todos los ojos posados sobre las hermanas, lo que consiguieron fue impresionante: En el primer tablero, Susan logró 10,5 de 14 puntos, Judit en el segundo arrasó con 12,5 de 13 y Sophia se alternó con Ildiko en el tercero. Por supuesto, consiguieron el oro. Años más tarde, Susan ha conseguido la plata por equipos representando a Estados Unidos, además de varias medallas de oro individuales.
Sofía Polgar (1974) es la única que no sigue vinculada al ajedrez, aunque tiene los títulos de Maestro Internacional y Gran Maestra femenina. A los 14 años ganó el torneo de Roma frente a varios grandes maestros con una increíble puntuación de 8,5 puntos sobre 9 posibles, cuando nadie la conocía. Una vez demostrado que podía con los mejores, simplemente su ausencia de interés competivivo la llevó por otros derroteros. Ahora vive en Toronto, donde pinta y da clases de ajedrez y está casada con un el cirujano y gran maestro georgiano Yona Kosashvili. Tontos no son en su casa.
La mediana de las Polgar (esta es su multidisciplinar página web) quizá sea la más objetiva al estar más lejos del ajedrez que sus hermanas. Siempre se muestra «muy agradecida» por la educación recibida de sus padres. «Les agradezco sobre todo que siempre hayan estado ahí y nos hayan dado ejemplo para que fuéramos personas buenas y positivas», añade. Sofía, que habla húngaro, inglés, hebreo, ruso y un poco de alemán y esperanto, es la única de las tres que, por otro lado, pasó algún tiempo estudiando en una institución «normal». Ocurrió de joven, durante el tiempo que vivió en Israel, donde aprendió arte y diseño, además de casarse y tener descendencia.
¿Cuándo descubrió que no era una niña normal? «Nunca, simplemente tuve una vida inusual», afirma. Tampoco se considera un genio e insiste en que lo único de lo que está segura es de que «no importa cuánto talento tengas; sin trabajar duro no llegarás muy lejos». Sofía, asimismo, destacaba en sus respuestas que el ajedrez le dio «la oportunidad de viajar y aprender sobre otras culturas y conocer a gente maravillosa».
Y por fin pude preguntarle una vieja duda: por qué de las tres Polgar ella fue la que se ha mantenido más lejos de los tableros, pese a sus fulgurantes comienzos: «A todas nosotras nos trataron de la misma manera, pero por supuesto las circunstancias siempre cambian con el tiempo. Personalmente, yo necesito descubrir nuevas cosas constantemente. El ajedrez es fantástico y me ha dado mucho, pero hay muchas otras cosas que descubrir».
Antes de terminar, y como complemento a una entrada anterior de este blog (Diez razones por las que el ajedrez es bueno para tu cerebro), dejaré que las hermanas añadan algo al respecto, sin especificar quién dice cada frase:
«El ajedrez es bueno para muchas cosas. Ayuda a desarrollar la creatividad, la capacidad para elaborar planes, la habilidad para aprender de los éxitos y los fracasos, espíritu de lucha... Debes valerte por ti mismo durante la partida; si cometes un error no puedes culpar a nadie».
«Es el mejor juego. También ayuda a desarrollar habilidades como el cálculo, la concentración, el reconocimiento de modelos, la capacidad para resolver problemas... Todas estas aptitudes pueden usarse en cualquier campo, como aprender que cada movimiento que realizas tiene una consecuencias en el tablero y en tu vida».
«Como en otros deportes, además aprendes a respetar a tu rival y a gestionar el éxito y las decepciones de una manera sana. El ajedrez también tiene elementos artísticos aunque es un deporte mental. Puede ser jugado por cualquiera, sin importar el sexo, la raza, la edad o la religión».
No parecen muy arrepentidas estas chicas de haber consagrado su infancia al aprendizaje del ajedrez. Me encantaría conocer vuestras opiniones.
Fuente: Jugar con la Cabeza
2 comentarios :
Muy buen post, tomare sus cometarios, gaxsss!!! =))
Muy buen post, tomare sus cometarios, gaxsss!!! =))
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